CARLOS LEZAMA

viernes, 21 de enero de 2011

  Alcira Soust o la poeta marginal
A propósito de Alcira o poesía en armas

Dicen que por los pasillos de la UNAM orgullosamente se relata la leyenda sobre una persona que resistió a la ocupación militar de 1968. Para esto, los escuálidos sanitarios le fungieron como  trinchera. Hasta ahora no se sabía con exactitud acerca de dicha persona. Algunos decían que era una estudiante radical defendiendo la soberanía de la universidad. Otros decían que había sido una secretaria, pero  en realidad se trataba de una poeta, que curiosamente no era mexicana, sino uruguaya, su nombre: Alcira Soust.
Al respecto de este acontecimiento, se llevó a cabo en el teatro la  Capilla, de la ciudad de México, el monólogo: Alcira o poesía en armas, obra dirigida por Antonio Algarra, cuya temática estriba en mostrar el martirio que soportó la poeta en dicha ocupación militar.  
Más que hablar de la obra, cuyo acierto además de  emparentarnos en las rutas que debió transitar  la poeta en su tortura  - como el hecho de sobrevivir sólo con agua del inodoro-,  debemos poner atención al rescate que se realiza de una figura combativa, rebelde y de moral infranqueable. Así esta puesta en escena  nos sirve como pretexto para sustraernos a la tentativa de  conocer un poco más a la poeta Alcira Soust.
Llamada por Roberto Bolaño “la madre de la poesía joven en México” Soust le servirá posteriormente a Bolaño como uno de los personajes de su ya célebre novela  Los detectives salvajes. Este personaje será la poeta Auxilio Lacouture. Por ello nos acercaremos a algunas líneas de dicha novela, sin olvidar la función realidad-ficción de la misma, para poder darnos una idea de la poeta.

Sabemos por la descripción de Bolaño que Alcira provenía de Montevideo, probablemente habría arribado a México para 1965, sin embargo se especula su llegada entre los años de de 1962 a 1967.
Una vez arribada al D.F.  Soust tuvo que sortearse la existencia entre distintas labores que iban desde mandadera hasta traductora. La mayoría del tiempo se la pasaba en la facultad de filosofía y letras de la UNAM  viviendo de compartir a cambio de unas monedas, pequeños papeles donde escribía sus poemas; no es difícil de imaginar que de igual forma Alcira improvisara recitales en cafés y bares para juntar algunos pesos. Por las noches salía como murciélago –dice Bolaño- a la vida Bohemia, donde entre  borracheras discutía sobre poesía . Así entre cantinas fue que conoció a Bolaño que para entonces no pasaba de los 16 años mientras que ella ya lindaba los treinta.
Algo que fortalecerá esta amistad será la procedencia sudamericana así como su espíritu combativo de ambos. Estos jóvenes y entusiastas poetas no escatimaban en exhibir su condición de perros románticos sumergidos en la algarabía de la vanguardia.        
Fue Alcira la que enseñó a Bolaño quién era Pound, Eliot, Williams. Tal vez sea un poco – o un mucho - exagerado Bolaño cuando dice que Soust es la madre de la poesía joven en México, lo que en realidad debe entenderse por esta sentencia, es que Alcira reunía entorno a su persona a la juventud que estaba ávida de poesía.
Soust frecuentaba a Pedro Garfias y León Felipe, para mostrarles sus poemas y escuchar con atención las opiniones de los maestros respecto a los mismos; Soust de igual forma conoció al maestro José Revueltas, quien la estimaba por su sagacidad y compromiso.
 No es de extrañar que la mayoría de la obra de esta poeta esté desperdigada en libros, servilletas, banquetas,  baños, cajetillas de cigarros, paredes etc.
Así dentro del rompecabezas de la contracultura, Alcira es revelada como una pieza importante dentro de éste, no sólo como ícono de resistencia y marginalidad, sino incluso como ícono del feminismo. Soust entraría sin ningún problema en la categoría de poeta visionaria, al igual que el mismo Bolaños, Vicente Anaya. Juan Jorge Ayala o  Mario Santiago, entre otros.

En hora buena surge este monólogo, para avivar un poco la historia  -por ende la memoria-, y mucho mejor que sea a través  de figuras vituperadas y marginadas por llevar a cabo  la denuncia de la injusticia, el quietismo ciudadano, el status quo, la hipocresía cultural y muchísimos más etcéteras. Por ello no dejo de enfatizar el acierto por parte de la puesta en escena de Algarra, pero también apelo a no perder de vista la necesidad de voltear a estos “visionarios” de vez en cuando para desentumecerse de la vanidad y quietismo resultante de las fatuas flores de acrílico.  

jueves, 20 de enero de 2011



Estos textos que enseguida se comparten
forman parte del poemario DESLINDES.                                        Espero que les incomoden.



De CONJETURAS SOBRE EVA.



Del buen monógamo.
Hoy veneras a aquella musa que con sus dotes
de ágata radiante agotó en ti
toda seña de impertinente biología,
pues más no prestas tus sentidos
a otras que te guiñen u ofrecen
sus carnes plenas.
Hoy halagas a aquella que logró
despojarte de las corrupciones propias
del homo sapiens;  
y que además poco a poco –para que no sufrieras-
 logró anular a los amigos “mala influencia”.
Y meditas entonces en el Amor,
en el apego, en la ternura, en el resguardo  
que hoy cuantiosos te visten
apartando de tu lado
incertidumbre y trasiego.
Meditas –ahora de lecho compartido- en ese término abstracto
denominado “felicidad” y hasta crees conseguir denotarlo
sin haber repasando si quiera
las elementales tesis presocráticas. 
Ahora ya sin achaques de trasnoche, sin necesidad
de prestamos contiguos, de remedios de mercado,
también especulas en probables retoñitos:
 “Juanito, Gerardito , Jorgito, Rubencito etc.”
Y piensas: estoy a salvo, ¿qué más quiero de  la vida?
Pero ah, da la casualidad que yo, hermano,
Yo, mi amigo, el “mala influencia”,
el vicioso, el mujeriego,
yo, el que sabe más por diablo que por viejo,
frecuente cliente de lugares clandestinos,
aquél que no ve moros con trinchetes ni puta democracia,
puedo decirte con toda certidumbre
que un buen monógamo no es más que
un hombre cobijado por las fibras de la treta,
un hombre arteramente adulterado,   
que merece el calificativo de ser,
probablemente, el mayor de los pendejos.







Tu portentoso ego.

No acostumbro recordar juramentos
por la mera cuestión de ser presa de la historia,
es decir, incierto en el  devenir propio de los años.
Son tantos los días, tantas las horas, tantos los minutos,
como para no sufrir el riesgo de errar en la dialéctica.
Pero si por las dudas quisieras
responderte a la pregunta de
si alguna vez te ame con frenesí
es probable que halles la respuesta 
en un congal de discreta ubicación,
al que constante  acudí
todo el tiempo en que duró
el pretendido  juramento.